Si el marxismo fuera una religión (y para muchos lo es) este servidor pertenecería al grupo de los “marxistas no practicantes”, sería un creyente con frecuentes episodios de escepticismo y dado a cuestionar la palabra sagrada. Bautizado en las dialécticas aguas de esa corriente de pensamiento antes que en el catolicismo, tropecé en la biblioteca de la familia primero con textos de Marx que con la biblia.
El pecado original
…
no hay revolución, no hay socialismo sin trabajo voluntario, aprendámonos eso.
Eso que Ana nos está explicando, es, sencillamente, el trabajo voluntario, es
decir, yo pongo parte de mi tiempo, mis manos, mi inteligencia sin cobrar nada,
de manera voluntaria, porque es un aporte mío, de mi energía y de mi
creatividad, como albañil, por ejemplo, a la comunidad; y no la costumbre:
“Bueno, yo trabajo si tú me pagas esto y me pagas aquello”. Ése es un ejemplo,
porque hay que pregonar el socialismo en todos los niveles. (Hugo Chávez, 2007[1])
Por: Juan Carlos Rosillo (*)
La explicación es muy simple: mi tío militaba en el Movimiento al Socialismo[2] y a mi mamá, quizás más preocupada en la explotación de la mujer por su marido, se le pasó casi una década el cumplimiento de mi primer sacramento. Pichón de lector abría libros sobre la Revolución Cubana, Teodoro Petkoff o el mismísimo Moro[3]. Obviamente era poco lo que entendía pero la revolución del proletariado necesitaba imberbes con pretensiones de transformar el mundo, no sólo de interpretarlo.
Con la llegada del vello facial asumí posturas de la
izquierda, con más ingenuidad que conocimiento teórico, en tiempos de mis
estudios de humanidades en el Liceo Andrés Bello de Caracas. Luego en los
noventa ingresé en la Escuela de Sociología (FACES, UCV) y nuevamente tenía que
aproximarme al camarada para comprender su influencia en las ciencias sociales.
Pasé una temporada como funcionario del Estado. Cansado de vender mi fuerza de
trabajo a una burocracia poco educada decidí volver al lugar donde mejor me
siento: la Universidad Central. Había una vacante para dictar la asignatura
Pensamiento Filosófico Contemporáneo y acepté. Al revisar los contenidos se
encontraba la filosofía de la praxis, lo cual supuso el enorme desafío de
motivar a los estudiantes de nuevo ingreso de la Escuela de Comunicación Social
a reflexionar sobre el tema.
Menuda labor tenía por delante. Cómo hablarle a
jóvenes que no alcanzan las dos décadas de vida sobre el Estado como
superestructura de toda sociedad de clases, que resulta de la necesidad de las
clases dominantes por conservar para sí mismos la propiedad de los medios de
producción y de la tierra, Ángel Cappeletti[4]
(1994), cuando muchas veces el único dominio que les interesa consiste en
conquistar los territorios en el nivel avanzado de un videojuego.
Ahora bien ¿Cómo saber si Karl Marx aún guarda
significado para nosotros? Pareciera que mientras existan marcadas inequidades
sociales, especialmente en Sudamérica, su fantasma seguirá rondando. Mientras haya
líderes con pretensiones totalitarias que se disfracen bajo el “epíteto
zahiriente de comunista” para lograr respaldo popular el ideario de Old Nick
mantendrá vigencia.
Empero, cómo culparlo de las desviaciones que sus
intérpretes han realizado. Cómo mantener la fe cuando los más conspicuos
representantes de su iglesia han acabado con la esperanza mediante una praxis
nada transformadora ni mucho menos liberadora.
Honrarás la praxis
Como
quiera que sea, lo cierto es que durante décadas el comunismo dio a sus fieles
la comodidad de una ortodoxia y la seguridad derivada del dogma, según el cual,
pasara lo que pasara, <<la
rueda de la historia>> giraría en el sentido
que Marx había predicho y luego Lenin, Stalin y también Mao, así como otras
deidades menores tipo Brézhnev, lo habían ratificado. (Teodoro Petkoff, 1990[5])
Bien hemos aprendido que los fenómenos analizados
por el padre del materialismo histórico “no se pueden entender de manera
independiente de la historia que los produjo” (Andrés Peralta Gómez en las
notas introductorias a El Capital, 2001[6]),
por tanto, y antes de continuar con el tema que nos ocupa, es preciso ubicar al
lector en la situación-país que signa la escritura de estas líneas.
En 2018, para un venezolano de la extinta clase
media con aspiraciones de ser ilustrada puede que sea cierto lo planteado por
Jacques Derrida en cuanto a que “toda referencia a Marx se ha convertido de
alguna manera en maldita”, porque la denominada revolución que nos gobierna desde
1999 se declara de inspiración socialista y para quien esto escribe será
recordada como uno de los peores períodos, sino el peor, de la historia patria.
En las Once
tesis sobre Feuerbach Marx pone de manifiesto la importancia de la praxis
para la comprensión de los fenómenos sociales, en tanto “actividad
práctico-crítica, consciente, revolucionaria, transformadora”, no como simple
actividad por parte del “hombre-masa que termina llevándolo a un estado de
pasividad moral y política, sino que es una actividad que implica una verdadera
transformación cualitativa de la forma de vida” (Miguel Albujas, 2015[7]).
En tal sentido, vale la pena preguntarse si los proyectos políticos inspirados
en el marxismo realmente han logrado el cometido mencionado previamente, más
allá de los mensajes propagandísticos.
Siguiendo con nuestra línea argumental, de acuerdo
con Erich Fromm, en Marx y su concepto de
hombre (2011[8]), las
alternativas para los países subdesarrollados no son el capitalismo o el
socialismo, sino el socialismo totalitario o el socialismo marxista humanista.
En nuestro país, lamentablemente, la mayoría apostó por un modelo que tiene
mucho más de totalitario que de socialista y ahora sufrimos las consecuencias
del agotamiento del modelo de populismo petrolero con lo cual se acentúa el
carácter autoritario del régimen para mantener la ilusión de bonanza que
caracteriza a la “revolución”.
Si “el fin de Marx era la emancipación espiritual
del hombre, su liberación de las cadenas del determinismo económico, su
restitución a su totalidad humana, el encuentro de una unidad y armonía con sus
semejantes y con la naturaleza” (Fromm[9])
experiencias como las venezolanas violan flagrantemente los mandamientos del
catecismo marxista.
En lo anterior podemos ubicar uno de los puntos
clave para comprender los mecanismos a través de los cuales los líderes totalitarios
se han aprovechado del pensamiento de nuestro autor. La emancipación de las
clases trabajadoras siempre será un tema políticamente atractivo para las masas
sometidas por la “mano invisible del mercado”, los medios de comunicación o la
tecnología controlados por la burguesía.
Al respecto, José Gajate (2002), sostiene que Moro
elaboró conjuntamente con Engels “un cuerpo de teorías y conceptos que trataban
de conciliar las exigencias del rigor científico y la lógica indignación de los
proletarios sobre los cuales gravitaban las peores consecuencias del maquinismo
y la industrialización” [10]. En una
región históricamente periférica en cuanto al desarrollo económico, poco
integrada a nivel supranacional y de tendencia al mesianismo político esa
indignación aludida por Gajate tiene carácter estructural en el imaginario de
las sociedades con su respectivo correlato en el ámbito electoral. Lo cual
genera rédito para alcanzar el gobierno y, muchas veces, adaptar al Estado de
acuerdo a sus intereses corporativos.
Santificarás al Estado
El
comunismo es la abolición positiva de la propiedad privada, de la
autoenajenación humana y, por tanto, la apropiación real de la naturaleza
humana a través del hombre y para el hombre. Es pues, la vuelta del hombre
mismo como ser social, es decir, realmente humano. (Erich Fromm, op.cit)
En la Ideología
alemana (1979[11]),
Marx y Engels definen el Estado bajo “una forma propia e independiente,
separada de los reales intereses particulares y colectivos, y, al mismo tiempo,
como una comunidad ilusoria, pero siempre sobre la base real de los vínculos
existentes dentro de cada conglomerado familiar y tribal…”, más adelante en el
texto apuntan “que toda clase que aspire a implantar su dominación… tiene que empezar conquistando
el poder político, para poder presentar su interés como el interés general,
cosa a que en el primer momento se ve obligada”.
En consonancia con esta premisa muchos movimientos
políticos, empezando con el marxismo-leninismo se atribuyeron la condición de
partido de la clase obrera (Petkoff) y dirigieron sus esfuerzos a controlar el aparato
estatal bajo el supuesto de suplantar la dictadura de la clase burguesa por la
dictadura del proletariado supuestamente menos injusta. No obstante,
Cappeletti trae a colación la advertencia
de Mijaíl Bakunin en cuanto a “algo que Marx, encandilado por su propia teoría
histórico-materialista, no llegó a ver: el hecho de que todo Estado tiende a
conservar su poder y a acrecentarlo, más allá de los fines originarios para los
que fue instituido”[12].
Dicho en otras palabras, el Estado “tiende a generar, a partir de gobernantes y
administradores, una nueva clase dominante[13]”.
Razón por la cual la corriente anarquista, liderada por el ruso, desechaba la
idea de cualquier dictadura y toda clase de Estado.
Para Teodoro Petkoff, uno de los primeros militantes
en cuestionar el modelo comunista en 1969, Marx penetró de “modo muy tosco y
esquemático en la compleja trama de las relaciones entre las clases sociales[14]”
y agrega, un elemento que aplica perfectamente a la realidad sudamericana y
venezolana “Pero si nunca existió tal dictadura del proletariado… si se dio la
de un partido, que en las concretas condiciones del terrible choque social y
político que tuvo lugar en la naciente Unión Soviética habría de adquirir una
extremada dureza…”[15].
Es que en nombre del camarada se han producido
verdaderas abominaciones en la historia de la humanidad, valga emplear el
aporte de Victoria Duno en Sartre y el
marxismo (1975[16])
cuando plantea “Sartre considera que el marxismo –tal como se ha desarrollado
después de Marx, o mejor dicho, tal como lo han venido practicando los <<marxistas de hoy>> - ha dejado de lado la
existencia humana, relegando a un segundo plano su vocación de humanismo
concreto y universal”. Esgrimiendo las bandera de reivindicación de los
trabajadores y la “perversión del trabajo en un trabajo forzado, enajenado, sin
sentido, que transforma al hombre en un <<monstruo tullido>>[17], se han consolidado
gobiernos en ningún sentido respetuosos de las necesidades humanas.
A partir de los planteamientos de Fromm, podemos
afirmar: si el fin del socialismo es el hombre, entonces el fin del socialismo
totalitario es el beneficio de la camarilla, o nomenklatura en la terminología soviética, en el poder en virtud de
lo cual resulta legítimo emplear cualquier mecanismo para asfixiar la
pluralidad democrática y adaptar al Estado a su proyecto sectario. Nuevamente
acudimos a los aporte de Petkoff, aunque escritos hace casi treinta años
retratan perfectamente la situación en la Venezuela actual, “La inexistencia de
instituciones deliberantes democráticas y plurales hace imposible el diálogo
con la nación. El gobierno no oye sino su propia voz, reproducida en parlamento
monocolores, que se reúnen unos pocos días al año para aprobar –siempre por
unanimidad- lo que ya los Jefes –cuando no el Jefe- han decidido”[18].
Para resumir, el culto al Estado para muchos de los <<marxistas de hoy>>, lejos de perseguir la
desaparición de las diferencias de clase y eliminar la opresión del
proletariado por parte de la burguesía, constituye el instrumento para generar
una nueva clase dominante compuesta por ellos mismos.
La epifanía
El
papel de un intelectual no consiste en decir a los demás lo que hay que hacer…
el trabajo de un intelectual no consiste en modelar la voluntad política de los
demás; estriba más bien en cuestionar a través de los análisis que lleva a cabo
en terrenos que le son propios, las evidencias y los postulados, en sacudir los
hábitos, las formas de actuar y de pensar, en disipar las familiaridades
admitidas, en retomar las medidas de las reglas y de las instituciones y a
partir de esta re-problematización (en la que se desarrolla su oficio
específico de intelectual) participar en la formación de una voluntad política
(en la que tiene la posibilidad de desempeñar su papel de ciudadano). (Michel
Foucault,[19])
Redactar este ensayo ha resultado un verdadero reto
intelectual, en tanto existe una simpatía personal con la teoría marxista casi
nunca reflejada en el plano concreto de su aplicación político-partidista. Esto
como consecuencia de las desviaciones históricas de aquellos que versionaron y
siguen versionando su ideario con fines hegemónicos.
¿Cómo cuestionar la vigencia del pensamiento de Karl
Marx? Si en los más diversos escenarios se encuentra presente por acción,
omisión o malinterpretación. Desde la tradición académica hasta el debate
electoral, como dogma o elemento para la discusión. Como herramienta de
transformación social o excusa para los líderes autoritarios.
En el campo académico, Tom Bottomore (1976),
considera a la teoría de Marx como una “notable síntesis de ideas derivadas de
la filosofía, los estudios históricos y las ciencias sociales de su época” [20],
entre cuyos objetivos se encuentra tratar “…los orígenes y perspectivas del
capitalismo, las clases sociales, el estado y la política…”[21].
De hecho estima que la mayor repercusión de sus ideas en la época de la
consolidación de la sociología como disciplina académica se aprecia en Max
Weber, a la cual cataloga como “un prolongado y variado comentario de la teoría
de Marx”[22].
El quid
sigue siendo la aplicación real del marxismo, como bien plantea Duno sobre la
visión de Sartre “no debe entenderse {la crisis actual del marxismo} en el
sentido de que los fundamentos teóricos del marxismo –es decir, el materialismo
histórico- carezcan de validez, sino que en el curso de su desarrollo y
aplicación metodológica han llegado a un
punto límite de formalización, dirigido principalmente al establecimiento de
leyes <<naturales>>, de conceptos a priori constitutivos de un Saber Absoluto”[23].
En el grupo de los detractores podemos ubicar al
sociólogo Anthony Giddens quien en la
Tercera vía (1999) sentenció: “el socialismo y el comunismo han muerto pero
siguen rondando, no se pueden descartar los ideales o valores que los
impulsaron ya que algunos siguen siendo intrínsecos a la vida buena, cuya
realización es el objetivo del desarrollo social y económico”[24].
Prosigue el autor británico “la teoría económica del socialismo fue siempre
inadecuada, infravalorando la capacidad del capitalismo para innovar, adaptarse
y generar una productividad creciente”[25].
A manera de conclusión, siguiendo a Foucault, y
ayudado con la biblioteca familiar que heredé, he tratado de “sacudir” un tanto
el pensamiento de Karl Marx en relación con la interpretación posterior que ha
tenido para aproximarme a la vigencia que pueda mantener en nuestra región. Al
parecer el marxismo en calidad de mercancía para muchos políticos posee un
valor de cambio muy alto en la lucha por el poder.
Si el marxismo fuera una religión (y para muchos lo
es) este servidor habría sido excomulgado por los fanáticos hace años. Hubiese abrazado
la propuesta de socialismo con rostro humano de los checos en 1968, pero nací
después y he tenido que padecer un gobierno supuestamente socialista, así que
mi fe es débil como resultado de la formación social específica que me tocó
vivir. No obstante, mantengo la convicción de que el mundo descrito por Old
Nick sigue siendo profundamente injusto y su pensamiento presenta elementos tan
valiosos que su antítesis teórica, el capitalismo, los tomó en consideración
para sobrevivir mientras muchos de sus propios seguidores apenas entienden sus
premisas y las utilizan para manipular al hombre-masa.
Karl, perdónalos aunque sepan lo que hacen… con tu
teoría. El único problema, al igual que con la frase atribuida a Jesús es que
muchos dudan de su veracidad al igual que dudo del perdón para quienes dañan al
ser humano en nombre de un corpus de pensamiento convertido en dogma.
[1]
Hugo CHÁVEZ, Consejos Comunales.
Combustible de los cinco motores constituyentes,
Ministerio del Poder Popular para la Comunicación e Información, Caracas, 2007,
pág 40.
[2]
Partido político venezolano, surgido de la división del partido comunista en
1971.
[3]
Ibsen Martínez en su libro El señor Marx
no está en casa, Grupo editorial Norma, Bogotá , 2009, refiere que “Los
Marx tenían todos una cosa loca con esto de los apodos familiares. Karl Marx
era llamado indistintamente <<Moro>>,
por su tez y su semblante semítico, o también <<Old
Nick>>, tal como firmaba las
cartas que enviaba a sus hijas y como se hacía llamar por ellas desde que eran
muy niñas”. A los efectos de disminuir la repetición del nombre del autor
objeto de este ensayo emplearé esos apodos ocasionalmente.
[4]
Ángel
CAPPELLETTI, Estado y Poder Político en
el Pensamiento Moderno. Universidad de los Andes, Consejo de Publicaciones,
Mérida-Venezuela, 1994, pág 144.
[5]
Teodoro PETKOFF, Checoslovaquia. El
socialismo como problema, Monte Ávila Editores, Caracas, 1990, pág 17.
[6]
Karl MARX, El capital, Ediciones Esquilo, Colombia, 2001.
[7]
Miguel ALBUJAS, El Príncipe moderno y la
praxis de la política: La mirada maquiavélica de Antonio Gramsci en El Príncipe de Maquiavelo. La historia 500
años después, Banesco Banco Universal, Caracas, 2015, pág 39.
[8]
Erich FROMM, Marx y su concepto de hombre,
Fondo de Cultura Económica, México, 1970, pág 6.
[9]
FROMM, op. Cit pág 9.
[10]
José GAJATE, Historia de la filosofía: el
marxismo, Editorial El Búho, Bogotá, 2002, pág 5.
[11]
Karl MARX y Federico ENGELS, La ideología
alemana, Editorial Andreus, 1979, pág 30
[12] CAPPELETTI, op.cit pág 146.
[13] Ibid.
[14] PETKOFF, op.cit pág 31.
[15] Ibid.
[16]
Victoria DUNO, Sartre y el marxismo,
Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela, Caracas,
1975, pág 55.
[17] FROMM,
op. Cit pág 9.
[18] PETKOFF, op.cit pág 31.
[19]
Michel Foucault, Hermenéutica del sujeto, Ediciones La Piqueta, Madrid, 1987,
pág 9.
[20] Tom
BOTTOMORE y Maximilian RUBEL, Sociología y Filosofía Social, Lotus
Mare, Buenos Aires, 1976, pág 147.
[21] Ibid,
pág 147.
[22] Ibid, pág 158.
[23]
DUNO, op.cit, pág 55.
[24] Anthony GIDDENS, La
Tercera Vía. La renovación de la socialdemocracia, Editorial Taurus,
Madrid, 1999, pág 11
[25] Ibid, pág 14.
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